Montejurra 1976: cuando el carlismo se suicidó
Pedro Fernández Barbadillo
http://www.libertaddigital.com
Los españoles que hayan superado los cincuenta años de edad recordarán que la primera mitad del año 1976 fue sacudida por infinidad de huelgas, protestas y manifestaciones. La izquierda, desde la UGT a los grupos más extremistas como la ORT, el MCE y ETA, quería conseguir la ruptura por la fuerza. En ese forcejeo con el Gobierno de Arias Navarro, se produjeron varios muertos. El caso más doloroso fueron los cinco obreros tiroteados por la Policía Armada en Vitoria el 3 de marzo.
Manuel Fraga Iribarne, uno de los políticos que sonaban
para dirigir la transición a la democracia, era vicepresidente del
Gobierno y ministro de Gobernación, encargado por tanto del orden
público. Pretendía atender tanto a su departamento como hacerse
propaganda. Había dejado pudrir la situación en Vitoria, manipulada por
agitadores de ultraizquierda, y encima la mañana del 3 de marzo marchó
de viaje a Alemania, a dar una conferencia, a la vez que Adolfo Suárez, compañero en el Gobierno, quedaba encargado del Ministerio.
En las semanas siguientes, Fraga recurrió tanto a la mano dura como a la diplomacia para asegurar un Primero de Mayo tranquilo.
En abril, permitió la celebración de un congreso de UGT (donde Nicolás
Redondo reivindicó el sangriento golpe de estado realizado por el
sindicato y el PSOE de 1934, con unos 1.400 muertos) y detuvo a los
principales miembros de la Platajunta, una organización de oposición.
Otero Novas cuenta en Lo que yo viví que encontró en un
restaurante a varios amigos de Ramón Tamames, uno de los detenidos,
celebrando la detención del entonces comunista porque le suponía
credenciales de sufridor por la democracia.
Pasó el temido día sin grandes incidentes. Y de nuevo Fraga se marchó
al extranjero, en este caso a Venezuela, gobernada por el
socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, uno de los protectores de Felipe González; y, como en marzo, quedó Suárez al frente de Gobernación.
Los príncipes con sus mesnadas
El domingo 9 de mayo se realizó la romería anual de los carlistas al
monte navarro de Montejurra, cerca de Estella, en recuerdo de sus caídos
en la guerra. Desde hacía años, en ella, como cuenta Fraga (En busca del tiempo servido),
se producían incidentes entre las dos facciones en que se había
dividido el movimiento; y reconoce que, aunque se había pensado
prohibirla, no se hizo, porque no pareció oportuno… cuando días antes el
ministro había detenido a la Platajunta. El Gobierno Civil de Pamplona
se limitó a enviar un destacamento de la Guardia Civil en previsión de
nuevos tumultos.


Para Fraga "los sucesos fueron muy oscuros". Otro ministro de ese Gobierno, Alfonso Osorio (De orilla a orilla), también subraya la oscuridad y la ignorancia:
En mi opinión, aplicando a los hechos un criterio puramente lógico (…) los (enfrentamientos) que tuvieron por escenario la cumbre de Montejurra fueron premeditados y que alguien, de alguna manera, deseó que así sucediese. ¿Quiénes fueron los terroristas? Lo ignoro, no sé la respuesta.
Asombra que ambos ministros admitan su ignorancia. ¿Para qué les servía entonces la Policía?
Montejurra acabó de quemar a Fraga. José Miguel Ortí Bordás, entonces procurador en las Cortes, resume así Montejurra y sus consecuencias para Fraga (La Transición desde dentro):
A los sucesos de Vitoria les siguieron después los inexplicables hechos acaecidos en Montejurra, donde los carlistas se enfrentaron entre sí. Los partidarios de Sixto de Borbón atacaron a los de su hermano Hugo. A golpes, a pedradas y hasta a tiros. Fraga estaba de nuevo fuera de España. Lamentablemente, esta nueva y grave alteración del orden público, unida a la de Vitoria, le debilitaron.
¿Fue Montejurra en 1976 un ejemplo de la "estrategia de la tensión",
un trabajo de las alcantarillas del Estado con la colaboración de los
típicos ultras descerebrados?
Los carlistas, a palos entre ellos

Sin embargo, la extinción no estaba clara en los años 60 y 70. Muchas
veces antes se había dado por muerto al carlismo y éste había
resurgido. Tanto el régimen franquista como la oposición de izquierdas
temían la fuerza carlista. Las apelaciones a la causa y los nombres de
sus dos líderes, Hugo en la izquierda y Sixto en la derecha, aún reunían
a miles de entusiastas, acostumbrados además a vivir a la intemperie.
Incluso la división mostraba que los carlistas al menos estaban al tanto
de las modas políticas e intelectuales, en vez de vegetar. El
enfrentamiento de Montejurra enterró todo ello: los carlistas andaban a
tiros y palos, no contra los liberales y los rojos, sino entre ellos.
Así lo comprendió Fraga y lo escribió:
Allí terminó la continuidad de uno de los movimientos legitimistas más interesantes y duraderos de la Europa contemporánea.
Ni un diputado carlista
En las elecciones generales del año siguiente, los carlistas quedaron
fuera de las Cortes por primera vez en un siglo. En Navarra, la lista
carlista tradicional, Alianza Foral Navarra, quedó cuarta, con 21.900
votos; la carlista socialista, Montejurra-Federalismo-Autogestión,
obtuvo sólo 8.451 votos.
Para concluir con la disolución del carlismo, en esos años ETA
escogió como uno de sus blancos preferidos a los carlistas, desde Juan
María Araluce Villar, presidente de la Diputación de Guipúzcoa,
asesinado el 4 de octubre de 1976 junto con cuatro personas más, a José María Arrizabalaga Arcocha, jefe de la Juventud Tradicionalista de Vizcaya, asesinado el 27 de diciembre de 1978.
Carlos Carnicero, militante durante diez años en el Partido Carlista de Hugo, que acabó participando en Izquierda Unida, escribió esta confesión sobre su príncipe cuando éste falleció:
se abstuvo de plantear en todo momento un pleito dinástico con el Rey Juan Carlos para facilitar una democracia parlamentaria sólida.
Quien más ganó con el hundimiento del carlismo fue su vieja rival: la
otra rama de la familia Borbón, que sigue reinando en España.
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