Como sabemos que en cuestion de horas estara la extrema derecha afirmando que el Partido Carlista, que no soy yo, defiende a Castro y su sistema , ignorantes como son de Farber, les pongo aqui el reportaje publicado sobre el mismo. De el se deduce que hay otros socialismos mas propio que el supuestamente castrista y de ahi el titulo acertado del mismo. Publicado en www.cubaencuentro.com Y seguiremos con el tema...
Samuel Farber y la crítica socialista de la realidad cubana
CUBAENCUENTRO entrevista al historiador y politólogo Samuel Farber, autor de Cuba Since the Revolution of 1959. A Critical Assessment
Poca gente logra mantener, a lo largo de su vida, un sano compromiso
político que combine la fidelidad a ciertos principios éticos o
ideológicos, el destierro de los dogmas, y el cultivo de la capacidad
para leer —sin anteojeras— la realidad. Samuel Farber es una de estas
personas. Historiador y politólogo, profesor universitario y militante
socialista, Sam es una voz autorizada para comprender —desde un marxismo
crítico— la realidad económica, cultural y sociopolítica de la Cuba
posterior a 1959 y otear, con mapa preciso de actores y escenarios, la
del futuro. Ha ejercido su derecho a la voz para, dentro y fuera de la
Isla, defender activistas sociales y denunciar represiones políticas.
En tu libro haces hincapié
en la capacidad de acción del liderazgo cubano para elegir los rumbos
del proceso y construir un modelo afín al soviético, sin que esta
elección fuese una mera derivación del acoso imperialista, o los
conflictos internos. ¿Pudieras ahondar en las causas y consecuencias al
respecto?
Samuel Farber (SF):
A raíz de la Ley de Reforma Agraria de mayo de 1959, Washington decidió
que era necesario derrocar al Gobierno revolucionario de Fidel Castro.
Los preparativos para lograr esa meta a través de la violencia armada
comenzaron a finales de dicho año y cuajaron en un plan sistemático de
acción encubierta en marzo de 1960. Pretender que EEUU decidió derrocar a
Fidel Castro porque éste se convirtió en un dictador es risible, dado
el apoyo que el imperialismo norteamericano ha brindado a todo tipo de
dictadores y a las masacres de cientos de miles de personas, como
ocurrió en las campañas anti-comunistas en Indonesia en la década de los
sesenta. El Gobierno norteamericano también ha apoyado a regímenes
comunistas cuando le ha convenido, como en el caso de la Yugoslavia de
Tito después que este rompió con Stalin a finales de los cuarenta. Lo
que determinó la política norteamericana hacia la Isla fue que Estados
Unidos no pudo permitir que uno de los países latinoamericanos bajo su
control económico y político, especialmente uno tan cercano como Cuba,
se “saliera del plato” y actuara como un estado verdaderamente soberano e
independiente.
También es sumamente ingenuo pensar, a la usanza
de muchos liberales norteamericanos, que el Gobierno revolucionario
adoptó el comunismo porque la política norteamericana lo “forzó” a ir en
esa dirección. Eso presume que los líderes revolucionarios no tenían
ideas políticas propias y que sus mentes habían sido, en términos de
ideología política, una tabula rasa. De hecho, durante 1959 hubo una
lucha ideológica dentro del Gobierno revolucionario entre los liberales
como Roberto Agramonte y Elena Mederos, los antiimperialistas radicales
como David Salvador, Faustino Pérez y Marcelo Fernández, y el ala
procomunista encabezada por Ernesto “Che” Guevara y Raúl Castro, aliados
en aquel momento con el PSP (Partido Socialista Popular) de los viejos
estalinistas cubanos.
La creciente y abierta hostilidad norteamericana
contribuyó significativamente a la victoria de la tendencia
procomunista, pero eso no quiere decir que Washington fue quien
determinó los propósitos e ideas del liderazgo revolucionario. Estos
líderes tenían su propia visión política de la realidad que determinó lo
que ellos consideraron como las respuestas apropiadas al peligro del
Norte, y especialmente a lo que ellos vieron como la forma óptima de
organización social y política. En fin, como Ernesto “Che” Guevara
declaró al semanario francés L’Express el 25 de julio de 1963,
“nuestro compromiso con el bloque del Este de Europa fue cincuenta por
ciento el fruto de presiones externas y cincuenta por ciento el
resultado de nuestra libre opción”.
Al describir el
sistema político cubano expones su prolongada apuesta por una
movilización y participación carentes de control democrático y el rol
limitado que se asigna al Poder Popular en la toma de decisiones. A
partir de semejante legado político institucional, ¿cuales serian los
elementos a tener en cuenta (como aporte o error) para una eventual
reforma socialista democrática del orden vigente en la Isla?
SF:
Quizás la contribución más importante que el régimen cubano ha hecho a
la historia del comunismo en el poder ha sido su énfasis en la
participación y movilización de la gente, especialmente durante el largo
período que Fidel Castro estuvo a la cabeza del Gobierno. Sin embargo,
es imprescindible distinguir entre la participación y el control
democrático. Todo tipo de participación que carece de control popular
democrático —lo que necesariamente incluye el debate libre y la libertad
para organizarse políticamente— es inevitablemente una forma de
manipulación. Si tomamos el famoso lema del movimiento de 1968 en
Francia, “nosotros participamos, ustedes participan, ellos lucran” y
cambiamos la palabra “lucran” por “mandan”, obtendremos el slogan
perfecto que describe a Cuba desde el establecimiento del pensamiento
único.
Los métodos utilizados durante el período previo al VI
Congreso del Partido Comunista, que tuvo lugar en abril de 2011, son un
ejemplo ilustrativo del asunto en cuestión. Como sabemos, el PCC
organizó cientos de reuniones a través del país para que la gente
formulara sus quejas y sugerencias.
Al analizar estas reuniones veremos
que fueron eventos de gente atomizada por el poder del partido: no
tenían contacto con gente que asistía a reuniones similares en otros
lugares, y mucho menos tenían la posibilidad de organizarse
independientemente entre ellos para formular e impulsar sus propias
demandas. De las miles de opiniones que obtuvieron, los lideres
comunistas fueron los que escogieron las que ellos consideraron útiles y
apropiadas en las reuniones de la cima gubernamental, celebradas el 19 y
20 de marzo del 2011, un mes antes del sexto congreso.
Estos métodos se
asemejan a los que utilizan las grandes empresas capitalistas,
especialmente aquellas donde no hay sindicato ni convenio colectivo de
trabajo, donde los capitalistas recurren a métodos “consultativos” como,
por ejemplo, el buzón de quejas y sugerencias donde los patronos
escogen lo que ellos consideran conveniente para aumentar las ganancias,
mantener la “paz social” y prevenir la entrada de un sindicato
auténtico, lo cual significaría la organización independiente de los
trabajadores.
Por estos motivos considero que cualquier reforma política
auténtica del sistema imperante en la Isla debe comenzar por abrir
espacios independientes para la auto organización de la gente fuera del
control del partido y de las llamadas organizaciones de masas, para
oponerse a todas estas en cada ocasión que sea necesario. Pero esto no
va a ocurrir con el beneplácito de los que están en el poder; tendrá que
ser un cambio impuesto por la presión popular desde abajo.
Dentro
de los capítulos de la obra, criticas en varias ocasiones la existencia
tanto de un “turismo revolucionario” como de cierto relativismo
político y cultural (sustentado en una retórica sofisticada) con que
simpatizantes foráneos del Gobierno cubano buscan interpretar y
justificar sus acciones. ¿Cuáles serían, a tu juicio, la “salud” y el
impacto de semejantes posturas dentro del actual debate en torno a la
realidad cubana? ¿Cómo se relacionan con las proyecciones de un
reformismo oficial (de académicos de la Isla o vinculados a su Gobierno)
aparentemente más interesado en acompañar los cambios promercado que
una redefinición de la justicia social o las políticas de participación?
SF: El “turista de la revolución”, tan
bien analizado por el escritor alemán Hans Magnus Enzesberger en su
libro sobre la “industria de la conciencia”, es a veces un idealista
bien intencionado, otras veces un descarado al que le gusta disfrutar de
unas vacaciones tropicales gratis, y a veces, en lugares como Estados
Unidos —donde la izquierda ha sido históricamente débil— es gente que
siente que políticamente es un cero a la izquierda en su propio país,
pero a las que el Gobierno cubano halaga y la hace sentirse importante.
En la mayoría de los casos es el erario del Estado cubano, extraído del
trabajo del pueblo, el que costea la mayor parte de los gastos de esas
visitas. El “relativismo” de ese turista no es el relativismo cultural
de antropólogos como Franz Boas —un esfuerzo serio y erudito para
entender culturas ajenas, aun cuando a veces lo consideremos equivocado—
sino un recurso retórico barato para justificar lo injustificable que
con mucha frecuencia demuestra una increíble ignorancia de la sociedad
cubana.
Durante la investigación para mi libro más reciente descubrí un
artículo de la ensayista Susan Sontag, publicado por la revista
norteamericana Ramparts en abril de 1969 (Some Thought on the Right Way (For Us) to Love the Cuban Revolution),
donde afirmaba, entre otras barbaridades, que muy poca gente sabía leer
y escribir en la Cuba prerrevolucionaria.
Obviamente, la señora Sontag
desconocía la prensa cubana y la circulación masiva y la gran influencia
política que revistas como Bohemia (1) habían tenido en el pueblo cubano antes de 1959.
Pero
ha habido “turistas” que se han rebelado contra sus anfitriones del
Estado cubano. El infame caso de la “confesión” del poeta Heberto
Padilla en el 1971 provocó la denuncia indignada de la misma Sontag así
como de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, entre otros intelectuales
y artistas.
La condena de los 75 disidentes y la ejecución de tres
jóvenes negros que trataron de apoderarse de una lancha para huir del
país en 2003 destapó una ola de críticas muy fuertes al régimen a través
de todo el mundo, incluyendo las de José Saramago, Premio Nobel de
Literatura, y las de Eduardo Galeano, el conocido escritor uruguayo,
aunque estos se reconciliaron con el Gobierno cubano más adelante. Es
justo notar que ni el uno ni el otro repudiaron sus protestas de 2003.
Ahora
estamos presenciando —y esto es mucho más importante— lo que quizás sea
el principio del fin del “turista de la revolución” y el comienzo de
otro tipo muy diferente de “turista de la transición”. Carlos
Saladrigas, un capitalista cubano de la Florida y líder del Cuba Study
Group, que aglutina a un número de cubanoamericanos acaudalados, visitó
recientemente la Isla y anunció su disposición de invertir en Cuba a
condición de que el Gobierno cubano instituyera una serie de cambios
legales los que, por cierto, son concebibles en la Cuba de hoy.
La
Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM), en cooperación con la
Iglesia Católica cubana, ha establecido un programa de Administración
de Negocios en la capital. Ya hay economistas de la Isla que se
pronuncian a favor de la “economía de mercado” (sin llamarla por ese
nombre) y del modelo sino-vietnamita. Ellos son parte de un tráfico
universitario con universidades extranjeras que incluye a académicos del
Norte que son parte del nuevo “turismo de la transición”.
Es importante
notar de paso el papel que juegan los comunistas liberales y
reformistas de la Isla. Ninguna de las ideas y temáticas que ellos
exponen —especialmente aquellas en que se hacen cómplices y guardan
silencio sobre la ausencia de democracia política y económica—
obstaculiza de manera alguna el establecimiento de un sistema tipo
sino-vietnamita en Cuba.
Dadas estas tendencias, me pregunto cuántos
años faltan hasta que lleguen a la Isla misiones del Fondo Monetario
Internacional, o una nueva “misión Truslow” con un Informe sobre Cuba
del Banco Mundial, quizás en 2021, setenta años después del original de
mediados del siglo veinte.
Una de las posturas que te
distinguen de otros analistas es que logras mantener, con igual
vehemencia que la denuncia a las deformaciones estalinistas implantadas
en nombre del socialismo, una condena a la política de embargo/bloqueo
mantenida por sucesivas Administraciones estadounidenses contra la
nación y pueblo cubanos. ¿Pudieras fundamentar, de forma concreta, tu
postura respecto a esta última?
SF:
Como dije anteriormente, la política exterior de Estados Unidos no está
defendiendo la democracia o los derechos humanos en Cuba o en cualquier
otra parte del mundo. Desde ese punto de vista, el bloqueo económico de
la Isla es simplemente el instrumento principal de esa política para
doblegar al Gobierno cubano a costa del bienestar del pueblo en general.
Estados Unidos no tiene el derecho de imponer su sistema económico y
socio-político sobre otros países.
Esto no tiene nada que ver con que el
régimen cubano merezca apoyo o no. Es el pueblo cubano el que debe
decidir soberanamente, sin presiones de potencias extranjeras, el orden
económico y político de su sociedad. Al mismo tiempo, dado el peso
aplastante del Leviatán cubano, es muy positivo que organizaciones
internacionales auténticamente independientes de cualquier gobierno
extranjero y con autoridad moral y credibilidad política, como Amnistía
Internacional, defiendan desinteresadamente los derechos humanos
denunciando las numerosas violaciones que el régimen ha cometido a
través de muchas décadas.
Es también cierto que desde un punto de
vista puramente pragmático, el bloqueo ha sido un fracaso total. Además,
le ha permitido al régimen cubano pretender por muchos años que los
problemas económicos en la Isla han sido mayor, o exclusivamente, el
producto de la hostilidad norteamericana.
A través de esa maniobra
ideológica, el Gobierno ha tratado de ocultar que su sistema burocrático
y centralizado ha sido un verdadero desastre económico, lo que creo
demostrar en mi nuevo libro, Cuba Since the Revolution of 1959. A Critical Assessment,
basado en gran parte en numerosos ejemplos publicados en la misma
prensa cubana. En la esfera política, el bloqueo norteamericano le ha
facilitado al Gobierno recurrir a la “unidad monolítica” como un
requisito para la defensa contra la agresión extranjera. Esta se ha
convertido en la principal justificación ideológica del sistema una vez
que el “socialismo” de tipo soviético se vino abajo en medio de un
desprestigio político e ideológico total.
Es muy dudoso que el
régimen pueda sostener su cohesión interna y legitimidad política si
Estados Unidos eliminara el bloqueo inmediata e incondicionalmente, como
yo creo que debe hacerlo. Sin embargo, hay un enfoque muy influyente
que favorece la reducción gradual del bloqueo pero solamente a cambio de
concesiones políticas del Gobierno cubano.
Ese enfoque ha tenido poco
impacto en la realidad —por ejemplo, la reciente liberación de presos
políticos negociada por la Iglesia católica y los Gobiernos de Cuba y
España tuvieron poco o nada que ver con la liberalización de los viajes y
remesas a Cuba decretadas por Obama en 2009.
Y cuando lo analizamos a
fondo, vemos que muchas de las premisas implícitas del supuesto
intercambio son muy perniciosas. Una buena parte de la prensa liberal
norteamericana así como muchos disidentes “moderados” mantienen que la
abolición del bloqueo debe depender de las acciones
liberalizadoras y democratizadoras del Gobierno cubano. La contraparte
de esta noción es la idea proclamada por muchos de los apologistas del
régimen cubano que cualquier liberalización o democratización en Cuba
debe depender de la eliminación del bloqueo.
La lógica política de ambos
enfoques implícitamente excluye la noción de la acción unilateral por
cada uno de los gobiernos. La premisa de las acciones unilaterales que
propongo es que el bloqueo debe ser eliminado porque, en primer lugar,
no tiene justificación moral o política y, en segundo lugar, porque no
funciona.
Este imperativo político, moral y práctico no tiene por qué
depender de lo que haga o no haga el Gobierno cubano. Por otra parte,
son los cubanos, apoyados por organizaciones internacionales
verdaderamente independientes, los que tienen todo el derecho a
protestar, movilizarse y demandar cambios democráticos en la Isla
independientemente de lo que haga o no haga Washington.
En
la Introducción de tu libro —en lo que considero una expresión de
honestidad y compromisos poco comunes— señalas el deseo de que la
reflexión política e histórica que desarrollas pueda apoyar a las nuevas
voces emergentes que en Cuba promueven un socialismo democrático.
¿Pudieras dar tu opinión sobre los desafíos que ves para estos actores y
el valor que pueden tener en un escenario de cambios en la Isla?
SF:
La mejor cosa que ha ocurrido en Cuba en los últimos años es el brote
de una nueva izquierda que aboga por una auténtica democratización de la
sociedad sin contubernios con el fetiche del mercado —es notable la
similitud estructural del dogmatismo neoliberal con el dogmatismo
estalinista— y mucho menos con la Sección de Intereses de Estados
Unidos. Esta nueva izquierda todavía involucra a relativamente poca
gente y es débil. Pero esa debilidad puede ser ventajosa si facilita la
reflexión y clarificación política.
En un artículo reciente en Havana Times
(“Balbucea la nueva izquierda cubana”, 11 de enero de 2012), Erasmo
Calzadilla identifica las varias razones por las que la nueva izquierda
no constituye una alternativa política al régimen cubano. No creo que
ese sea el problema principal que esa izquierda confronta hoy por hoy.
Mucho más importante es que se oriente hacia los problemas que
confrontan los cubanos de a pie (de hecho muchos artículos publicados en
HT reflejan ese interés).
Para la izquierda en la Isla, la
tarea inmediata no es contender por el poder central sino encontrar la
manera de alentar la resistencia a muchos de los cambios que acabarán
por aumentar la pobreza y vulnerabilidad de la gente, como la pérdida de
prestaciones sociales y el desempleo masivo.
Comprendo que la
conciencia de la nueva izquierda tiene, como la describe Calzadilla,
“mucho de ambientalista, de Queer, de buena onda solidaria (también con las especies), de religiosidad panteista.” Pero considero que si la nueva izquierda se limita
a esas preocupaciones se volvería irrelevante a lo que se avecina en la
Isla.
La política, como la naturaleza, aborrece el vacío, y si una
nueva izquierda revolucionaria y democrática no responde a la crisis y
necesidades populares de la transición, fuerzas nefastas, como se ha
visto en muchas otras partes del mundo, ocuparán ese espacio político
para promover sus propósitos.
A medida que el Gobierno elimina el
subsidio universal y lo limita a los más pobres, es muy posible que
estos últimos acaben siendo estigmatizados como ocurrió en Estados
Unidos con los recipientes de asistencia social o welfare. Como
un gran número de los pobres, y probablemente la gran mayoría de los
empleados públicos desplazados que no van a conseguir nuevos empleos van
a ser negros y mulatos, esta situación va a acabar por crear un aumento
significativo del racismo.
La transición que se avecina en Cuba también
va a causar una división entre los trabajadores de los sectores
“ganadores” de la economía (turismo, industrias extractivas como el
níquel), y los de los sectores “perdedores” (empleados públicos, la
manufactura “no competitiva”).
Qué mejor tarea para la nueva izquierda
que tratar de fomentar la unidad de ambos sectores a través de la
defensa concreta de los intereses de todos. Un sindicalismo —que
probablemente tendría que ser clandestino— basado entre los “ganadores”
que defendiera también los intereses de los trabajadores en los sectores
económicos “perdedores”, fortalecería la unidad entre estos y aquellos y
de esta manera aumentaría el poder político de los sindicatos y el
potencial para la transformación social y política del país.
También
existe en la Isla una crítica principalmente de tipo cultural que le es
aceptable a los elementos menos cavernícolas del régimen porque en
realidad no representa ninguna amenaza para el control político del
Gobierno. Esa tendencia es visible en muchas de las actividades
patrocinadas por Mariela Castro y CENESEX que, aunque puedan tener un
valor positivo, también pueden desviar la atención de la acción política necesaria para, por ejemplo, protestar y confrontar la brutalidad policíal contra los gays y travestis.
A
pesar del desprestigio que las ideas del socialismo han sufrido por las
acciones del Gobierno, creo que hay un izquierdismo latente en muchos
cubanos que se dan cuenta, por lo menos intuitivamente, que los valores
de igualdad y solidaridad son críticos para una vida digna y decente. No
es necesario sacrificarse ni a los fetiches del mercado y al
individualismo de “sálvese quien pueda” y “la peste el último”, ni al
fetiche de la “unidad monolítica” del partido único.
Notas
(1) Hace muchos años tuve ocasion de leer multitud de ejemplares tanto de "Bohemia" como de "Carteles" y lo puedo asegurar, llegaban a España de contrabando y las vendia el olvidado "Tataito" en el mercado detras del ayuntamiento de Santander, junto con la literatura izquierdista y no se si alguna otra cosa mas. Mi familia las compraba y ademas las recibia por correo, incluso llego a recibir los 3 especiales de enero de 1959 de la Revolucion relatando las atrocidades del regimen de Fulgencio Batista tan bien acogido en España junto con lo que robo e invirtio aqui... Nunca he olvidado aquellos sellos, venian multitud pegados con el miliciano en rojo, negro y no se si verde oliva, vean catalogos. Y tiene razon Farber. Se puede decir que "Bohemia" estaba a la altura de las mejores publicaciones españolas. españolas. Si hasta salia Sarita Montiel anunciando jabon en una foto que nunca se vio en España desnuda y de perfil, pero ya se sabe como era nuestra cultura franquista de obispos y espadones. El anuncio no tenia nada de particular pero es que aqui somos como somos...Como dice cierta actriz en una serie, gañanes. Y aqui seguimos a la altura de los Carromeros y las Aguirres.
Caradeplata.